Fertilización “inteligente”: con aplicación balanceada de fósforo y azufre, la soja rinde hasta 40% más

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Así lo determinó un estudio realizado de Fertilizar AC, que se presentó en una jornada realizada junto a Acsoja. Una señal de advertecia: solo el 50% de los productores reconoce que aplica nutrientes en la soja.

La Asociación de la Cadena de la Soja Argentina (Acsoja) organizó una nueva edición del Ciclo de Charlas Online 2025 en el que, junto con FERTILIZAR Asociación Civil, abordaron el tema de la “Nutrición inteligente en soja” con un enfoque integral que combinó diagnóstico, fundamentos agronómicos y nuevas tecnologías de manejo.

“La cadena viene marcando hace tiempo la importancia del tema rendimientos: con la genética sola ya no alcanza, y la nutrición se transformó en uno de los factores principales ante la condición actual de nuestros suelos, que tienen balances negativos de nutrientes”, resaltó Rodolfo Rossi, titular de Acsoja, durante el inicio de la jornada.

Para uno de los principales referentes a nivel nacional en este cultivo, un problema es que “muy pocos productores fertilizan la soja, y cuando lo hacen es con dosis bajas respecto de lo que el cultivo necesita”.

En ese marco, fue la gerente ejecutiva de FERTILIZAR AC, Fernanda González Sanjuan, la que dio paso al panel técnico, que tuvo como objetivo “presentar herramientas con evidencia científica”, para respaldar las decisiones de manejo con información validada y resultados concretos.

FERTILIZACIÓN: MENOS BRECHAS, MÁS CALIDAD

El primer expositor, Guido Di Mauro, investigador de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de Rosario, presentó los resultados de un trabajo en más de 15.000 lotes de soja de primera en el centro del país durante 13 campañas que analizó las brechas de rendimiento en soja y la influencia de la nutrición sobre el rinde y la calidad del grano.

Ese estudio determinó que el rendimiento promedio de los productores se ubica 28,7% por debajo del rendimiento potencial en secano.

Además, “en la región centro de Argentina, la principal zona agrícola, el rango de la brecha va de 15 al 60%. Es mucho lo que nos perdemos de producir”, señaló.

Entre los factores más influyentes, el investigador destacó la fecha de siembra, la rotación de cultivos y la fertilización fosfatada, además de la incidencia de algunos micronutrientes. “En promedio, los lotes sembrados con antecesor maíz mostraron brechas más bajas que los que venían de soja sobre soja”.

A su vez, un relevamiento también reflejó que solo la mitad de los productores fertiliza la soja, y que en la mayoría de los casos las dosis aplicadas son relativamente bajas en comparación con los requerimientos reales del cultivo.

El trabajo también exploró la relación entre fertilización y calidad del grano, un aspecto de interés para la industria de procesamiento.

“Observamos que la fertilización con fósforo y azufre incrementó el contenido de proteína del grano hasta en 0,9%”, mencionó.

Y enfatizó: “Suena a poco, pero mover un 1% de proteína con manejo es muchísimo. Y lo más interesante es que en más de la mitad de las parcelas evaluadas logramos mejorar simultáneamente rendimiento y proteína”, agregó.

Aunque actualmente el mercado no remunera directamente la proteína, Di Mauro consideró que mejorar la calidad “tiene un impacto industrial relevante”, porque la molienda de soja de mayor tenor proteico genera harinas de mayor valor comercial.

“Como grupo de investigación evaluamos y desarrollamos prácticas agronómicas que no solo mejoren la producción primaria, sino que también aporten valor a toda la cadena”, resumió.

FERTILIZACIÓN EN SOJA: LA IMPORTANCIA DE LAS 4 R

A su turno, Esteban Ciarlo, coordinador técnico de FERTILIZAR AC y docente de la Facultad de Agronomía de la UBA, profundizó en los fundamentos de la nutrición de soja y el impacto de una correcta reposición de nutrientes sobre la productividad y la sustentabilidad del sistema agrícola.

Ciarlo recordó que la soja es un cultivo con altas extracciones de nutrientes y que, por su protagonismo en la rotación, “contribuyó a acelerar el agotamiento de reservas naturales de fósforo y azufre en buena parte de los suelos agrícolas del país”.

Según datos de FERTILIZAR AC, el balance de nutrientes en los últimos 20 años es negativo en todos los nutrientes, lo que significa que se extrae más de lo que se repone campaña tras campaña.

Para ello, planteó como principio básico aplicar el concepto de las 4R (por Right, correcto en inglés) de la nutrición responsable: Fuente correcta, Dosis correcta, Momento correcto, y Lugar correcto.

“Cuando ajustamos esas cuatro variables, no solo optimizamos la respuesta del cultivo, sino que también reducimos pérdidas y mejoramos la eficiencia en el uso de fertilizantes. Es decir, producimos más, con menor impacto ambiental”, dijo.

Ciarlo repasó el rol de cada nutriente en la soja:

  • Fósforo (P), esencial para el desarrollo radicular y la nodulación, con un efecto directo sobre la fijación biológica de nitrógeno.
  • Azufre (S), clave para la síntesis de proteínas y la calidad del grano.
  • Potasio (K), que mejora la translocación de azúcares y la resistencia al estrés hídrico.
  • Micronutrientes como zinc (Zn) y boro (B), que intervienen la síntesis de proteínas y en procesos reproductivos y en la formación de vainas y granos, respectivamente.

“Una nutrición equilibrada no es solo agregar fósforo. Es pensar el sistema completo. Cada nutriente cumple un rol fisiológico distinto, y las respuestas más consistentes se logran cuando se atiende al conjunto”.

Ciarlo mostró resultados de ensayos de la Red de Nutrición de Soja de FERTILIZAR AC, en los que la aplicación balanceada de P y S logró incrementos promedio de 30 a 40% en el rinde frente a los testigos sin fertilizar.

En ese sentido, insistió en la importancia de la rotación: “El maíz o el trigo, cuando están bien fertilizados, dejan una base nutricional mejor para la soja. Por eso, el enfoque no puede ser cultivo por cultivo, sino integral”.

Sin embargo, destacó que, cuando se trata de cultivos de soja de segunda, el remanente de nutrientes disponibles que dejan el trigo y la cebada de alta producción es insuficiente para cubrir el requerimiento del cultivo tardío.

Ciarlo también presentó los avances del Programa SUMÁ P, una iniciativa de FERTILIZAR AC destinada a monitorear los niveles de fósforo disponible en distintas zonas agrícolas del país. Datos recientes confirman un descenso sostenido en los últimos años, con valores de P-Bray por debajo del umbral crítico en amplias áreas del centro y norte argentino.

“Estamos en un momento bisagra. Si seguimos extrayendo más de lo que reponemos, no solo afectamos la productividad de la soja, sino también la sustentabilidad de todo el sistema agrícola”, advirtió Ciarlo.

Finalmente, destacó que el uso de fertilizantes debe ir acompañado de diagnósticos precisos, mediante análisis de suelo y monitoreos periódicos, para ajustar las decisiones en base a evidencia: “No podemos hablar de nutrición inteligente si no tenemos diagnóstico. Medir es el primer paso para mejorar”.

FERTILIZACIÓN: EL FOCO EN LA RAÍZ

El último disertante, el consultor Wenceslao Tejerina, de AgroEstrategias, abordó el tema de la salud del suelo y el desarrollo radicular.

“La raíz es el cerebro de la planta”, afirmó. “De 25 a 50 % de los fotoasimilados producidos por la soja van a las raíces, y hasta 30 % se usa en la simbiosis con el rizobio para fijar nitrógeno”.

En este marco, Tejerina alertó sobre un problema creciente: la compactación y pérdida de raíces pivotantes, que limita la capacidad de absorción y la eficiencia en el uso de los fertilizantes. En más de 80% de los lotes analizados, observó raíces poco profundas, con nódulos verdes y baja fijación de nitrógeno.

El asesor explicó que, en su experiencia, muchas veces se diagnostican deficiencias nutricionales cuando el verdadero problema está en el sistema físico del suelo.

“Podemos tener fertilizantes de excelente calidad y una inoculación perfecta, pero si la raíz no puede explorar el perfil, esa inversión se pierde”, señaló.

La falta de estructura y aireación termina afectando también los balances hormonales de la planta, reduciendo la generación de citoquininas y alterando la floración y el llenado de granos.

Para Tejerina, las tecnologías biológicas -como los extractos de algas, aminoácidos, ácidos húmicos y fúlvicos o bioestimulantes a base de zinc y triptófano- son una herramienta válida dentro de una estrategia más amplia.

“Pueden mejorar la arquitectura radicular, aumentar la masa nodular y ayudar a la planta a sobrellevar el estrés. Pero no son una receta mágica -apuntó-: si no corregimos la compactación y recuperamos la vida del suelo, el potencial sigue limitado”.

En ensayos más recientes, realizados desde el norte argentino hasta La Pampa, se observó una mejora en la turgencia y la fotosíntesis cuando se combinaron tratamientos biológicos con un manejo físico más cuidadoso -labores livianas, rotaciones con gramíneas y cobertura permanente-. “El suelo es el verdadero sistema de soporte; la raíz traduce esa condición en productividad”, concluyó.

Al finalizar las charlas, hubo un bloque dedicado al intercambio, preguntas y debate, convirtiéndose en un espacio ideal para enriquecer conocimientos sobre la nutrición de la soja y su rol clave en una cosecha superior de este cultivo.

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