La paradoja de un sector que compra maquinaria agrícola, pero no renueva lo suficiente, y que convive con equipos inmovilizados y recursos humanos ociosos.
La agricultura argentina es reconocida en el mundo por su capacidad de innovar. Supo liderar la adopción de la siembra directa, avanzar con rapidez en biotecnología y dar los primeros pasos en digitalización de procesos.
Sin embargo, en paralelo, convive con una contradicción que se repite campaña tras campaña: mientras los concesionarios acumulan maquinaria agrícola sin vender, los contratistas atraviesan meses de inactividad con equipos parados y maquinistas ociosos. En ambos extremos, el resultado es el mismo: capital productivo inmovilizado que no genera valor.
No es un problema de oferta ni de demanda. Es un problema de coordinación. Y como suele pasar en el campo, lo que no se organiza, se pierde.
ALGUNOS NÚMEROS DE LA MAQUINARIA
Las estadísticas ayudan a dimensionar el fenómeno. Según el INDEC, en el primer trimestre de 2025 se vendieron 3.628 unidades de maquinaria agrícola, con una facturación superior a $512.000 millones, lo que implicó un crecimiento interanual del 89,7%.
Aunque la demanda existe, su comportamiento es irregular: en junio, por ejemplo, las ventas cayeron 40% respecto de mayo, pese a que el semestre cerró con un alza interanual superior al 40%. Esta volatilidad es síntoma de algo más profundo: la maquinaria se vende, pero no alcanza para renovar un parque cada vez más obsoleto.
El dato es contundente: el 83% de los tractores y el 71% de las cosechadoras en uso tienen más de 15 años. Para revertir ese envejecimiento se deberían incorporar entre 7.000 y 8.000 tractores y más de 1.000 cosechadoras por año, un objetivo muy por encima de lo que muestra la realidad actual.
Así, en los galpones de concesionarias se acumulan equipos nuevos o apenas usados que esperan comprador, mientras en los talleres de contratistas se guardan maquinarias que trabajan solo una fracción del año.
El costo de esa ineficiencia es enorme. Una cosechadora de alta tecnología, parada fuera de temporada, implica entre 4.000 y 5.000 dólares mensuales de costos hundidos solo en personal, seguros y mantenimiento, sin contar depreciación. Multiplicado por la escala del parque, hablamos de decenas de millones de dólares que se esfuman cada año. Y eso sin contar la depreciación ni el costo de oportunidad de no estar trabajando.
LA MAQUINARIA Y LOS CONTRATISTAS
La figura del contratista es central para entender este dilema. Hoy, según datos oficiales, realizan el 60% de la cosecha nacional, el 40,3% de la siembra directa y el 25% de la convencional. Es decir, la tercerización ya es la norma.
Pero ese esquema funciona con una logística improvisada, donde los llamados de último momento, los mensajes por WhatsApp y las promesas informales siguen siendo la principal herramienta de gestión. Las fallas de coordinación hacen que un contratista con capacidad ociosa no siempre logre conectar con otro que necesita la máquina. La oferta y la demanda existen, pero no se encuentran.
En este contexto, aparece una oportunidad que el sector todavía no supo capitalizar: el “renting“ agrícola. La idea es simple, aunque su ejecución requiere organización. Que los concesionarios puedan poner en alquiler su stock inmovilizado. Que los contratistas ofrezcan sus equipos fuera de temporada a quienes tengan trabajo, pero no la máquina indicada. Que el productor acceda a tecnología moderna sin comprometer capital de largo plazo, pagando solo por el tiempo de uso.
En otros países, como Brasil o Estados Unidos, el renting agropecuario se expandió con fuerza en los últimos años. En Argentina, donde el mercado de servicios ya está consolidado, el potencial es incluso mayor. Si tomamos como referencia las cifras oficiales, el sector de maquinaria movió en 2024 alrededor de U$S 2.089 millones. Si apenas un 5% de ese volumen se canalizara a través de alquileres, estaríamos hablando de U$S 100 millones en operaciones adicionales cada año.
No es un reemplazo de la venta, sino un complemento que permite poner en valor equipos que, de otra forma, quedarían subutilizados.
Pero el renting no es solo un mecanismo financiero. Es también una forma de elevar la tasa de utilización del capital existente. Hoy, buena parte del parque trabaja en picos muy cortos de tiempo y queda parado el resto del año. Si logramos que esa capacidad se ponga en circulación, el impacto se multiplica: más ingresos para los dueños de máquinas, menores costos por hectárea para quienes demandan servicios y mayor eficiencia para el sistema en su conjunto.
La agricultura argentina ya atravesó transformaciones tecnológicas profundas. La próxima puede no venir de una semilla ni de un insumo, sino de un cambio en la forma de organizar y utilizar lo que ya tenemos. Transformar el stock parado en un mercado dinámico y transparente, con reglas claras y beneficios compartidos, es quizás el paso más lógico y urgente para un sector que siempre busca competitividad.
Porque el desafío no es fabricar más máquinas. Es hacer que las que tenemos trabajen más y mejor.