En la Argentina, prácticas como el cambio de uso del suelo, el fuego, sobrepastoreo, los monocultivos y la labranza se han llevado hasta un 40% de su capacidad productiva.
A la par, organismos oficiales como Fertilizar, vienen alertando sobre la pérdida sistemática de materia orgánica y nutrientes clave en la región Pampeana como fósforo y azufre. En lo que respecta a la Materia Organica (MO), la Región Pampeana ha llegado a perder hasta el 50% en los últimos 100 años.
Sin embargo, hay productores que insisten en el uso de labranza, como uno de los procesos que creen esenciales para terminar con malezas difíciles a bajo costo.
“Para los especialistas si queremos construir salud de suelo, no podemos usar la destrucción. Una labranza, así sea cada cinco años, significa perder más de 20 años de lo construido gracias a la actividad biológica”, explicó el director del sistema Chacras de Aapresid, Marcelo Arriola.
Destrucción de las estructuras
La labranza genera una oxidación y pérdida de la MO. Por otro lado, si bien no mata a los microorganismos, destruye el equilibrio y estructuras cuya reconstrucción tiene altísimos costos energéticos. Esto significa ineficiencia, porque es energía que no estoy usando para fijar carbono y producir.

“Recurrir a una labranza para ‘resolver’ un problema como la presencia de capas densas, baja el síntoma sin atacar la causa”, expresó el productor del norte bonaerense.
Las partículas como el limo que quedan en suspensión luego de la labranza, vuelven a organizarse en capas aún más densificadas. “Lo que necesitamos no es destruir sino re-agregar nuestros suelos en conglomerados de materia orgánica”, agregó.
“Necesitamos raíces vivas”
Un suelo sano necesita de raíces vivas y ese debe ser el objetivo de todo productor sustentable. “Si tenemos en cuenta que el 80% de los hongos viven asociados a las raíces: ¿por qué matarlas? Pero cuando hablamos de raíces vivas, tenemos que pensar en los 365 días del año”, recordó Arriola.

Además, dijo que esto abre todo un capítulo en lo que entendemos por diversificación e intensificación de las rotaciones. “Tenemos que empezar a pensar en distintos cultivos sincronizados, conviviendo en el lote”, mencionó.
Por ejemplo, se está estudiando la entrega de N de leguminosas a gramíneas a través de las micorrizas. Esta nueva forma de N es mucho más eficiente que la ‘secuencial’, donde la leguminosa previa debe morir para liberar el N que será luego capturado por una gramínea posterior.